"FILOSOFÍA, PEDAGOGIA E INVESTIGACIÓN"

LA PEREZA INTELECTUAL DIGITAL: CÓMO LA TECNOLOGÍA NOS ESTÁ ADORMECIENDO EL PENSAMIENTO

Posted by: Diego Mario Zuluaga O. on: diciembre 9, 2025

      Entre la ilusión del progreso y la esclavitud de la comodidad, el ser humano renuncia poco a poco a su capacidad más esencial: pensar por cuenta propia.

En una era hiperconectada donde las máquinas piensan, escriben y deciden por nosotros, la humanidad enfrenta una forma silenciosa de decadencia: la pereza intelectual. Este artículo explora cómo la tecnología, bajo la apariencia de eficiencia y libertad, está moldeando una sociedad más cómoda, pero menos reflexiva y menos humana.

“Ni al trabajador que produce ni a la persona política que actúa se les ocurrió jamás querer ser felices o creer que las personas mortales pueden ser felices.” — Hannah Arendt

¿Cuánto tiempo pasamos frente a las pantallas —ya sea del celular, la computadora, la televisión o la tableta— y cuánto de ese tiempo se traduce en crecimiento personal o intelectual? Esta pregunta, aunque repetida hasta el cansancio, sigue siendo escandalosamente vigente. Nos encontramos ante una paradoja: nunca antes habíamos tenido tanto acceso al conocimiento y, sin embargo, nunca habíamos pensado tan poco por cuenta propia. Mientras creemos estar más informados, somos más dependientes de algoritmos que seleccionan lo que vemos, opinamos y sentimos.​

Hoy el futuro no nos observa: nos evalúa y nos juzga desde la nube. Los grandes emporios tecnológicos, liderados por sus CEO convertidos en profetas del progreso, reorganizan nuestra vida desde lo laboral hasta lo emocional bajo el dogma de que “la tecnología nos hará libres”. Pero lo que se presenta como liberación se convierte, en realidad, en una forma sutil de servidumbre: una sociedad donde la atención humana —ese recurso escaso que define la conciencia— se vende y se explota como mercancía.​

El filósofo español Edgar Eduardo Núñez Montes advierte: “En el ámbito educativo no podemos vivir justificando el pasado, tratando de evadir los retos del presente.” Sin embargo, la realidad muestra lo contrario: el sistema educativo se acomoda, sigue modas y rara vez cuestiona los efectos de esa dependencia digital. La pereza intelectual se disfraza de eficiencia tecnológica y ya no se fomenta el pensamiento lento, la duda razonada o la contemplación, sino la inmediatez, la respuesta automática y la opinión sin fundamento. El estudiante —como el ciudadano promedio— ha sido entrenado para reproducir información, no para interpretarla críticamente.​

Prudencia Vidal lo expresa con contundencia: “Sócrates, Platón, Aristóteles, Descartes, Nietzsche, Simone de Beauvoir o Hannah Arendt supieron decir no a la pereza intelectual. Hoy la comodidad de dejarse llevar por la opinión ajena está a la orden del día.” Esa comodidad produce una especie de idiotización colectiva, en el sentido original del término idiotes: aquel que se desentiende de lo común y se encierra en su propio mundo. Hoy, ese encierro ocurre frente a una pantalla que moldea la percepción de la realidad, ofreciéndonos un simulacro de participación y conocimiento.​

Vivimos en piloto automático. Delegamos en la inteligencia artificial lo que antes era ejercicio de reflexión y creatividad. Estudios recientes muestran que, cuando las herramientas de IA ofrecen soluciones completas, muchas personas dejan de realizar el esfuerzo de razonar por sí mismas, debilitando progresivamente sus habilidades de análisis y juicio. Las herramientas creadas para ampliar la mente la están atrofiando y lo más inquietante es que defendemos esta pasividad como si fuera progreso: confundimos la comodidad del clic con la sabiduría del juicio.​

Raquel Ferrández señala que hoy podemos “conectarnos con todo, incluso con los muertos o los objetos mismos”. Esta hiperconectividad total alimenta una ilusión de omnipresencia, pero conduce a una soledad tecnificada: estamos informados de todo, pero comprendemos poco. Los gigantes tecnológicos, con sus proyectos de inmortalidad digital y dependencia de datos, prometen trascender la muerte a través de la inteligencia artificial, pero en el fondo niegan la humanidad que da sentido al límite, al silencio y a la fragilidad. La utopía del bienestar total se transforma así en un control más sofisticado del pensamiento.​

Mientras tanto, la neurociencia aplicada al mercado y la inteligencia artificial reemplazan funciones cognitivas fundamentales. Google y otros sistemas se convierten en árbitros del saber, decidiendo qué merece atención y qué puede ser ignorado. La memoria humana se vuelve prescindible, la reflexión se considera lenta y la ignorancia se disfraza de modernidad. En este contexto, defender el pensamiento crítico equivale a un acto de resistencia cultural y política.​

Resistir esta pereza intelectual significa recuperar el gozo de pensar, dudar y disentir. No se trata de negar la tecnología, sino de volver a dominarla desde la conciencia y la ética, evitando que el uso excesivo de pantallas y de IA erosione la atención, el juicio y la creatividad, algo ya documentado en estudiantes y jóvenes hiperexpuestos a dispositivos digitales. Pensar libremente —sin algoritmos que filtren toda la realidad antes de que llegue a nuestra conciencia— es hoy un gesto revolucionario.​

“Significa poner un límite, rechazar la injusticia, la manipulación, la salida fácil y también la propia pasividad.” — escribe Prudencia Vidal. Ese límite, hoy más que nunca, es el respiro humano frente al ruido digital.

Algunas prácticas para no rendirse a la pereza intelectual

Sin convertir el artículo en un manual, se pueden sugerir gestos mínimos que ayudan a preservar la lucidez en medio de la saturación tecnológica:​

  • Practicar el desacelerar: reservar momentos del día sin pantallas, aunque sean breves, para leer, escribir a mano o simplemente pensar sin estímulos externos. Esta pausa protege la atención y favorece la reflexión profunda, que se ve mermada por la exposición constante a contenidos superficiales.​
  • Dudar antes de aceptar: no conformarse con la primera respuesta de un buscador o de una IA, sino contrastar fuentes, preguntar “¿por qué?” y “¿quién se beneficia con esta información?”. Este hábito de verificación fortalece el pensamiento crítico frente a soluciones inmediatas y aparentemente completas.​
  • Volver al diálogo real: buscar conversaciones cara a cara donde se pueda argumentar, escuchar y ser interpelado, en lugar de limitar el intercambio a comentarios fugaces en redes sociales. La discusión respetuosa y lenta sigue siendo una de las mejores escuelas de pensamiento crítico.​

No se trata de demonizar la tecnología, sino de recordar que ninguna pantalla puede pensar por el ser humano sin, al mismo tiempo, empezar a pensar en su lugar. Y ese es, quizá, el riesgo más silencioso de todos.

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