Qué es el conocimiento sino la adquisición de esos elementos teóricos que forman el carácter del ser humano, por un lado y por el otro, aquellos que ayudan a que este comprenda todos y cada uno de los fenómenos naturales y sociales que se presentan a través del desarrollo de su existencia, para atrevernos a compararnos en términos humanos con nosotros mismos y los demás.
Ante el conocimiento y su constante evolución qué pregunta deberíamos hacernos, en especial el estudiante, pues este es sujeto de construcción en todos los sentidos y niveles; y entonces ¿Qué tengo que ver yo con todo esto?, es especial involucrarnos de manera vivencial en aquellos acontecimientos del pasado y de alguna manera estamos estudiando. La respuesta viene con honestidad y decidir si nos podemos reconocer como personas, o viviendo nuestras propias vidas, o “ponernos en nuestros zapatos”.
Para ello, nos damos cuenta, en palabras de Kierkegaard que debemos identificarnos con el ser humano que era antes, lo que soy hoy y tal vez mañana, sin idolatrías que nos dejen acercarnos a la temeridad que está implícita en nuestro ser. Por lo que reflexionar acerca de los límites del aprendizaje a través de la historia (vídeos, películas, documentales etc.), en ese momento hay que hacer un paréntesis para ver cuál es la representación de los acontecimientos y con esa visión tanto desde adentro como de afuera saber sin dudas cuáles son las piezas base de la fuente de información.
Al abordar un texto el estudiante tal vez se preguntaría ¿qué sintió esa otra persona que con antelación cogió el mismo libro?, es decir, ponerse en sus zapatos para entender ese pensamiento, contenido y tema, pues sería una forma de abordar y descifrar si el mismo es abstracto o complejo, para estar con Kierkegaard, sí «escribo para saber lo que he estado pensando», o lo que decía alguien más sobre el mismo, o tal vez descubrir en el camino los cabos sueltos que se vuelven inteligibles, frente a ese proceso del momento en que se adquiere conocimiento y cuál es ese hilo conductor que nos lleva a quedarnos sin palabras con relación a lo asumido.
Buscar lo incomprensible, lo hipnotizable y lo enigmático para encontrar dentro de toda esa maraña de oscuridad, una solución que nos permita continuar por un lado con la lectura, por el otro con la asimilación de lo leído y usar la hermenéutica para aclarar precisamente esos enigmas que solo nosotros los seres humanos tenemos y comprendemos desde nuestro propio pensamiento. Al momento de aprehender ese nuevo conocimiento nos acercamos a ese héroe mundial en el universo humano, hacia una lucidez extraordinaria dentro de lo extraordinario en que se ha coinvertido ese mundo desde lo literario hasta lo científico, desde lo humano hasta lo político y por qué no decirlo, desde el ser hasta las marañas interiores que controlan lo subjetivo.
Argumentar que desde el mismo momento en que asistimos a la escuela se inicia ese chispazo que nos identifica como humanos, con pena sobre aquellos que nada hacen, sin que lo acompañen esos seres, teorías e ideas que amoldan la piel, la razón y la lógica, pues no de otra manera se asume esa responsabilidad del ser humano existencialista con su subjetividad desde lo íntimo hasta lo personal, que se convierten en la clave del conocimiento y en consecuencia en su obra natural.
Conseguir una secuencia lógica para llegar a conclusiones ciertas, a través de lo analítico, de lo abstracto hacia ese romanticismo inherente al individuo parta convencernos del triunfo, gracias a que se ha hecho caer el telón en el momento justo; esto es, hacia la profundidad interminable en donde encajen las ideas, para almacenarlas en esa caja que es el cerebro durante el tiempo suficiente para tomar en su momento, lo aprendido y aplicarlo dentro de la presión para descubrir que hay detrás de ello.
En conclusión, detrás de todo pensamiento por abstracto que sea, siempre habrá un ser humano con el que nos identificamos y podemos ponernos en sus zapatos.