“Es un concepto reconfortante, saber que hay una peor manera de vivir, especialmente en el reciente clima económico y político incierto” (E. Escalante)
Viaje en la máquina del tiempo en una nave capaz de curvar el espacio, para alcanzar los confines de la galaxia, a una velocidad no imaginada por Newton o Einstein. Para regresar un año después de ver el vacío espacial, las constelaciones girando, emitiendo luces de existencia antigua, una infalible carrera contra el tiempo y un rompecabeza para armar se vuelven irremplazables dentro de esa paradoja que coquetea con el paso de la vida encontrando un mundo diferente.
Los héroes no suelen ser graciosos y aquél que emprende ese viaje se ha despedido de jefes, amigos y familiares con cara de funeral ante el incierto resultado de este hacia un lugar desconocido, buscando quién sabe qué, o tal vez entendiendo porque Orwell (en 1984), Huxley (en un mundo feliz), Kafka (la metamorfosis) y Fildick (a través de la biblia) ya habían planteado la existencia de una sociedad distópica donde el mañana es oscuro pero buscando un presente para construir una realidad mejor.
Pero algo sale mal y la nave y su ocupante deben regresar, al parecer «No alcanzaremos la velocidad de la luz”, y sin romper esta no es viable viajar en el tiempo, esto es “física básica”, para despertar en un hospital con zumbido en los oídos, pues los sistemas de la nave “Starter” lo trajeron de vuelta, recordando lo último que escuchó “nave starter aquí Base Paradoja. ¿Me copia?”, entre el pánico existencial del estar vivo, su despertar y desconcierto, la revisión médica y sus buenos resultados se le informó: “han pasado doscientos años desde que partió”, terror, desadaptación para pensar: ¿Qué? ¿Ciento… qué?, la misión de investigación y sus imprevistos y sin más fue enviado a su casa.
Allí de repente el universo se sentía mucho más frío, más blanco, y en ese momento echó de menos su antiguo hogar, sus padres, hermano y un hijo, los que ya estarían muertos. Con el paso de los meses se dio cuenta que había más hombres que mujeres, la procreación era controlada, la ropa era un uniforme, una habitación minimalista con una cama que parecía más un bloque de hielo y una ventana hacia una ciudad desconocida y vehículos que flotaban en el aire.
Como consecuencia de esa anomalía que cambió su nueva realidad, adaptarse a ese caos disruptivo, una nueva religión, una economía y sus modelos sociales, esto era un segundo amanecer, estaba en la dimensión desconocida, en una sociedad de pasatiempos, es decir otra época, otras normas, pantallas holográficas, ecuaciones y mapas estelares, la fusión con las IA, la paz mundial, amoldar el cuerpo a ese software angustiante. Le atormentó saber que los hombres habían tomado el poder y estos eran propietarios de las mujeres, que el feminismo y sus luchas ya no eran política estatal y la cultura machista aparecía en el ambiente, un retrasó o un avance, no se sabe.
La historia pasada se descargó del holograma que tenía en frente, se vivía de estrategias económicas y militares fundamentada en esa seudoevolución, la administración y la sociedad crecen solas; la mente del viajero se rebelaba, un cuerpo exhausto, derrotado por doscientos años de ausencia, no respondía, no había bienvenida, un envejecimiento nulo pues los habitantes superaban los 120 años de vida, no habían errores genéticos, el ADN era manipulado, esto es, una curiosidad para cuidar y un silencio sepulcral ante lo evidente de esa verdad, nueva esperanza de vida 500 años. Un espejo roto, una foto en sepia de los que era y entonces se dio cuenta, el cataclismo. Un virus del espacio, un viajero inesperado en una nave de suministros, mató a casi la mitad de la humanidad.
¿A dónde iba a ir? ¿Al mundo de afuera, donde era un anacronismo ambulante? (Jorge Franco), a escuchar historias de astronautas o fragmentos de un mundo muerto que representaba, y un único universo que importaba. Atrapado en un cuerpo analógico en un mundo digital, sin tener a quién confiar sus angustias y temores, una soledad que ahogaba lo poco que le quedaba de espíritu rebelde, una reliquia del siglo XXI en el que el cerebro se negaba a aprender en sinfonías electrónicas y galerías reconfiguradas con sus rarezas constantes, dolor y confusión con la sensación de ser una pieza de un museo rota. Un astronauta, un científico con la intensidad de estudiar esos fenómenos raros, como un mono ante un monolito negro, intentando entender algo que estaba muy, por encima de su capacidad, sin punto de referencia dentro de ese mundo extraño.
La sociedad afuera era un laberinto que provocaba vértigo, una alucinación permanente, la gente se movía con una fluidez antinatural, con ojos a veces perdidos en la nada, conectados a quién sabe qué interfaz, los edificios se veían crecidos sin explicación lógica de su arquitectura, los edificios no parecían construidos, sino crecidos.
Hablamos de distopía cuando hay una sociedad caracterizada por la pobreza de las masas, la miseria, el sufrimiento o la opresión que la sociedad a menudo ha generado sobre sí misma (Escalante), y que son utilizadas para llamar la atención del mundo real con respecto al ambiente, la política, a la economía, a la religión, a la psicología, a la ética, a la ciencia o la tecnología.
Habrá algo de verdad en el relato, la sociedad actual está dentro de esta distopía con un futuro incierto, o solamente una comparación de cómo será el mundo con relación a lo que vivimos actualmente, una sociedad populista con gobernantes caóticos o locos inspirados en otros que también lo fueron, o como lo narra Nassim Nicholas Taleb en su libro El Cisne Negro «es el síndrome de las épocas, Tu cerebro está anclado en un paradigma de perspectiva lineal. Esto te desorienta» con este futuro de cristal y silencio.