¿CÓMO APRENDER INVOLUCRANDO TODO EL CUERPO?
Posted by: Diego Mario Zuluaga O. on: septiembre 4, 2025
(Historias que hablen de esperanza, incluso donde parece que no la hay. Ruffin)
No sé dónde nace una historia. Pero sé que, para que nazca, hay que estar abierto. Abierto a la contradicción. Hay que proponer un ejercicio de desaprendizaje, «aprender historia es atrevernos a ser sus protagonistas» (García Barrios); estamos en un universo plagado de certezas, por un lado, y por el otro de inconformidad e incertidumbre, en donde algunos están seguros de saberlo todo y otros de aprenderlo todo, olvidando a veces cuál es el vórtice del cambio.
Construir desde el aprendizaje armonizando este con el movimiento del cuerpo, es abrirnos desde esa incipiente libertad que disfruta el ser humano, pues esta se encuentra plagada de dificultades, de objetivos no cumplidos desde esa bruma de los siglos sin comprender la profundidad del individuo (cumplió su misión, cuestionó la cultura hegemónica tal como se quiere hacer hoy), pues “los hombres están siempre dispuestos a curiosear y averiguar sobre las vidas ajenas, pero les da pereza conocerse a sí mismos y corregir su propia vida” (Las Confesiones – San Agustín de Hipona). El ser humano garantiza de por sí la huida al insomnio, a aquello que no nos deja dormir profundo; se demuestra entonces el valor y gran importancia que tiene el tiempo y su influencia en todo aquello que puedo testificar, su belleza enorme, su profundidad y su radical vigencia, por ello es que San Agustín no solo no nos pone a dormir, te ayuda a despertar y a reflexionar sobre cómo emprender mejores travesías desde el pasado y entender los perjuicios que se vivieron antes.
Cuál es el ejercicio entonces para involucrar el cuerpo con el aprendizaje, y como en una obra de teatro crear personajes con los cuales tomamos conciencia y sostenemos un diálogo abierto, claro, preciso y tomar acción frente a lo que se dice, se piensa y en especial el cómo se comporta frente a lo imprevisto no solo en nuestras palabras y se acciona como respuesta, de ahí entonces que como actores conocemos el diálogo, pero no los guiones, ya que como es sabido la vida no tiene guion.
Ese personaje se interpreta a veces como si no se supiera qué decir o hacer, u ocultando esa información que nos hace actuar de manera espontánea en una escena sin parlamentos, sin argumentos y con unos personajes que han olvidando lo aprendido en la vida real.
“Es mejor cojear por el camino que avanzar a grandes pasos fuera de él. Pues quien cojea en el camino, aunque avance poco, se acerca a la meta, mientras que quien va fuera de él, cuanto más corre, más se aleja” (San Agustín), y lo más interesante es que al proceder de esta forma es una actuación natural, sincera surgiendo ese actor con actitudes inesperadas, creando matices que sabía que no existían dentro de su psique, o mejor, dentro de ese cuerpo desconocido y sin arbitrariedades que muestran el drama y espíritu perfectamente coherentes hacia ese sitio mágico inconsciente.
Recordando a Constantin Stanisslavski, director ruso de teatro, el cuerpo del hombre está lleno de “pomposidad decimonónica –ya saben, llantos y ademanes exagerados– y descubrir la naturalidad, la vivencia íntima de los personajes”, agrega una fuerza de descubrimiento que permitió el surgimiento de ese nuevo hombre dentro de la posmodernidad o para algunos ya no se llama así, sino posverdad; logrando una independencia entre el ser humano y esa especie de reminiscencia en la que preferimos estar muchas veces, buscando esa apertura que nos deje con la cámara, el color y el sonido de esa actuación más humana, más sutil y naturalista.
Tenemos por un lado ese aprendizaje de la historia y por el otro el reentrenamiento del ejercicio de desaprendizaje de la información, de la desinformación, del actuar de los medios masivos, de las redes sociales y sus consecuencias, y comprender cómo la gente del pasado tenía su propio teatro, su propia realidad alejada de lo que nos tocó, parafraseando a algún político en medio su discurso sin que ello les estorbara y mucho menos generara ese estrés existencial que vemos hoy; de ahí que las sensaciones corporales, nuestras entrañas, como diría la gran filósofa María Zambrano. Sí, para conocerlas, tenemos que hacer de las personas del pasado seres entrañables.
Pensamos en seres estereotipados, en escenarios y personajes históricos, actores políticos y sociales abstrayendo la información que no nos permiten el contacto humano, o en poder acercarnos a esas personas del pasado que con su conocimiento y experiencia parecen más maestros que padres, abuelos que ya saben lo que va a ocurrir o como si estuviéramos buscando las cosas, pero ya sabemos lo que nos va a ocurrir.
“Todos sabemos que no es posible olvidar nuestro propio cuerpo, que vivimos la vida en carne propia y que no hay quien pueda decirnos que ciertos seres humanos no la viven así. (Andrés García Barrios. IEFTM)
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