La manera como evoluciona la sociedad, exige que las personas deben aprender a la misma velocidad con que cambia el entorno, igualmente es ese entorno el que marca y demarca los límites de la propia convivencia. Sin embargo, es la historia la que indica a cuáles fenómenos son a los que se enfrenta el individuo, y en consecuencia vive de sus propias experiencias. 

Se ha promovido una necesidad de refundar, reinventar, rediseñar, reimaginar, transformar, re-contextualizar los eventos en los cuales participa el señor humano, con el único fin de entender su existencia, máxime si se tiene en cuenta que vivimos un tiempo que depende no solo de nuestra participación sino la del concurso de las demás personas, apareciendo el término altruismo, esto es, salirse de los parámetros normales para ayudar al otro, para interpretar y entender al otro, y hasta hacer cosas por el otro. Es decir, incrementar la amabilidad, el buen corazón, el activar el cerebro hasta el punto de la compasión y la necesidad de ver al otro como ser humano, como un congénere que merece reconocimiento, pero al mismo tiempo hacerlo parte de nuestra existencia, es buscar esa caja de resonancia armada con afección positiva y la unión de todas las emociones y estados mentales.

Pero Como construir altruismo, ante la perspectiva social en la que vive el hombre, donde las acciones no son beneficiosas y se ha perdido ese estado de esperanza, de confianza y vivimos en una flaqueza que nos hace estar enfadados con aquello que no es posible construir, con aquello  que no está acorde con la realidad, somos identidades separadas buscando respuesta fuera de nosotros, cuando estas se encuentran en nuestro interior, “en la cabeza está la respuesta” en palabras de Tonny Robinson y detonantes de lo que soy, pues no entendemos lo que hemos construido a través del tiempo y del espacio.

Para florecer hay que dejar de sufrir y esto se logra valorando a los demás, incentivando ese nivel mayor que llevamos inherentes al hecho de ser humanos, acelerando una realidad para enfrentarnos a aquello que funcionará en las bajadas y en las subidas, pero también atrayendo la calidad a lo largo de ese período vivencial que da sentido a la inmanencia propia del individuo, con ese fluir que lleva a la cooperación y a la fuerza de acercarnos a la alegría y a las metas, es decir, desarrollando la teoría de la evolución que nos hace competitivos frente a la complejidad y a los factores numéricos que inciden en el desarrollo de aquellos argumentos que determinan los niveles de felicidad.

Lo que nos hace especiales es ese alto soporte social que va enlazado con la empatía, con el altruismo, pero también de una salud mental, de la inmunidad a aquello que se encuentra enraizado en las enfermedades del corazón, es decir, el modo egoísta con el que vivimos, olvidando el compromiso del ser social, al igual que el dar al otro. Ayudar al otro está inmenso en la psique del ser humano, sin angustias que no dejan aliviar el principio de realidad en el que está sumido el hombre.

No basta pensar en el otro, hay que hacerlo, pero sintiendo la realidad de este, disfrutando de las complejidades egoístas que a veces mostramos, pero recordemos que el comportamiento altruista es natural del hombre, este lo lleva implícito en su naturaleza y para ello necesita disminuir sus índices de supervivencia para compartirlos con el otro, es decir, aumentando las probabilidades que este pueda subsistir, adoptando un desarrollo de filantropía al que se refería Augusto Comte, a quien se le atribuye la invención de dicho concepto, demostrando un desinterés propio por el bienestar para darlo al otro sin importar mi propio estado.

Lástima que el altruismo haya desaparecido no solo de nuestro léxico sino de nuestras actitudes.