VIVIR CON LOS RECUERDOS DOLOROSOS, AYUDANDO A VIVIR.
Posted by Diego Mario Zuluaga O. on mayo 9, 2024
“si nunca se habla de una cosa, es como si no hubiese sucedido”. (Oscar Wilde)
Se sorprende el ser humano al encontrar una manera diferente de vivir y administrar los recuerdos, aunque sean estos dolorosos y en efecto allí es donde prima la importancia el recordar lo que fuimos y en consecuencia nos dice el dónde y el cómo vivimos.
«El pasado forma parte de la vida, nos define como humanos y podemos descifrar en él las pistas que nos permitirán ser felices. La felicidad depende de esa capacidad de reconstruir, en lugar de ignorar, esos pensamientos que nos asaltan, a veces de forma violenta. Debemos mirar a él para no quedar atrapados en nuestros recuerdos» (Charles Pépin).
El hombre vive atrapado en sus recuerdos, esperando que su interpretación le entregue un futuro promisorio, y si no es así al menos lo prepare para continuar en ese aquí y ahora permanente. De otro lado, la distancia y el tiempo se encargan del olvido, a veces, aunque se hable no queda impreso en la memoria y mucho menos sirve para construir ese presente continuo; ahora bien, si dentro de ese ambiente de recuerdo cabe la confianza en uno mismo o mejor entender las virtudes del fracaso o lograr ese reencuentro entre la forma de cómo desarrollamos la existencia o si los éxitos y fracasos se llevaron el ser como somos.
Hay que escudriñar en el fondo del alma o espíritu del individuo para explicar “si el pasado está en nuestra percepción del mundo, en el modo de sentir, vivir, pensar y avanzar hacia el futuro” (Pépin), o si quedó grabado en la incertidumbre mental como para decir que regresamos al sitio donde nacimos o vivimos las experiencias buenas o malas que moldearon el comportamiento individual.
Cómo olvidamos lo que pasó o eso que se construyó en el pasado, cómo conjugar el verbo olvidar en todos sus tiempos frente a lo que ha quedado en la historia, como: la muerte de los cristianos en la época de Jesús, las hazañas de Bolívar, los horrores de Hitler, más de cincuenta años de enfrentamientos con grupos al margen de la ley, los presidentes buenos y los malos, los cambios de regímenes, es decir, todo aquello que debería ser parte de la sociedad y su conjunto pero que no dejan de llevar en la psique del hombre y sus consecuencias. “¿Cómo que no hay mandatos morales? ¿Es que el dolor del Otro no os grita? ¿Es que no os parece suficiente reclamo ético para involucraros en una sociedad que se desangra? (Javier Correa), todo un desangre marcado por los fenómenos sociales, la sangre de las víctimas de las masacres, de los pobres y desamparados, elementos estos que llevan al individuo a preguntarse por su aura existencial, si es cierto que padecemos una mala memoria histórica o si seguimos viviendo con los recuerdos, sin dejarnos avasallar por estos.
Algunos dirán que escribir el momento es un suicidio, entendido este como el enfrentamiento a todos los problemas que se vienen desde el pasado hasta este momento, o solo limitarse a vivir el presente como elemento inevitable para reconocer que no ha mediado el tiempo, sino ese olor nauseabundo que queda de todo aquello que no se puede cambiar, de aquello que no nos construye como hombres, es por ello, que el pasado debe servir para seguir adelante, evitar esa trampa en lo que esto se ha convertido para evitar dejarlo ir, incitar a cuestionarlo, a analizarlo e intervenir para hacer algo a partir precisamente de esos recuerdos, construir sobre las ruinas y sus cenizas, comprender su existencia e insistir en que la felicidad depende de nuestra capacidad de vivir bien con ese pasado registrado en nuestras células (Pépin).
«Cuanto más lo evites, más efecto rebote habrá. Lo peor es que funciona, sobre todo, a largo plazo, provocando que el regreso a ese pasado que antes se evitó sea aún más violento» (Dostoyevski)
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