"FILOSOFÍA, PEDAGOGIA E INVESTIGACIÓN"

Posted by: Diego Mario Zuluaga O. on: octubre 8, 2025

    “la plenitud de nuestra existencia no depende de lo que                                                                                          acumulamos   ni de lo que poseemos, sino de lo que acogemos y                                                                       compartimos con alegría” (León XIV)

Vagando por las calles de Pereira, recordé la frase “es el momento de gritar basta. De recuperar el pensamiento como forma de vida”; pues el hombre siempre nace con la idea de dar las a sus pensamientos como también a la humanidad, es ese devenir de sentir que somos humanos el que hace sentirnos como tal y querer ser humanos. Un juego de palabras que nos permite identificarnos a qué género de la naturaleza pertenecemos.

El papa León XIV aseguró que el “Gritar se convierte entonces en un gesto espiritual” … “Un grito no es nunca inútil si nace del amor”. Y en efecto ese gritó es el indicador que el hombre es instrumento de creación y como tal se debe a sí mismo, pues se vive en la derrota y en la victoria; en la muerte y la salvación; del sacrificio y la humildad. Es decir, un camino a unos valores que jamás se habían inventado y dado ese sentido de connotación social como se vive en la actualidad. Consecuencia de ese concepto no hay que olvidar que detrás de esas “máquinas inteligentes” hay decisiones humanas que usan datos, voces, priorizan resultados y además se silencian contenidos; o sea que la información que se maneja debe ser pública y de dominio de toda la humanidad, pero a veces esta queda encerrada en unos pocos.

Estamos ocupados en la ingeniería del caos, bien por que sea provocada por nosotros mismos o por los demás, proyectando este caos como si estuviéramos buscando un sucesor o instituciones que valgan; o embutirle a la vida los cuestionamientos de unos contra los otros y desconociendo abiertamente esa libertad o el seguir el orden social. Las lealtades dejaron de tener su razón de ser por aquello de las difíciles tareas de promover y comunicar el pensamiento y su ideología, o tratando de sanar ese gigantesco ego herido como emperador de la ociosidad, destruyendo desde la arena pública algo que no ha quedado satisfecho y mucho menos dando vueltas displicentes que hacen ver al individuo impresentable.

El desprecio que ha mostrado el ser humano ante los otros al escuchar un nombre, una propuesta o lista de deseos, o la insistencia de los otros en cumplir sus palabras muertas sin favoritismo sin poder sostener ese caos de ingeniería que deviene del sinsentido del hombre. “Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología en la que nadie sabe nada de estos temas. Ello constituye una fórmula segura para el desastre”. (Carl Sagan), por lo que pensar no es un lujo, es una forma de cuidarnos, una reflexión íntima sobre esa nueva manera de pensar, algunos lo llaman filosofar; etiquetar desde lo cotidiano hace al hombre más sensible como elementos para sentirnos vivos, lo que hace que se nos abra una puerta más íntima, encontrar lo frágil con fragmentos escritos desde lo interno del individuo, pues solo así el pensamiento se mezcla con lo vivido. Y no es que sea falta de conciencia y mucha menos respiración, es comprender esa función vital automática que hace procesos involuntarios donde operamos desde lamente bien cansada o abrumada y que nos lleva a ese agotamiento o distracción de esa capacidad de pensar, esa forma activa que nos distingue de otros seres y hace conciente lo que disminuye la función pasiva.

Es esa desconexión mental del acto de pensar que pasa a veces desapercibido por aquello de llevar una vida en piloto automático o fugarnos de la realidad que nos entrega esa pérdida de identidad que desenfoca desde lo meditativo hasta el interpretar ese estado profundo de normalizar lo que no es normal; y es que el exigirle al pensamiento  bien con ideas o proyectos hace pulir ese constructo de ideas que pulen el sentido claro y el ver más allá de lo evidente (frase de Leono en la tira cómica Los Tundercats); por lo que no es suficiente detenerse y mirar sino preguntarnos con urgencia qué imaginamos y qué construimos, qué divagamos y qué creamos.

Ahora bien, cuál es la pregunta que nos genera todo lo anterior y no es otra que ¿Yo también tengo dudas?, nos avergüenza pensarlas o si acaso nos duelen y no poder compartirlas; gira la vida y aumenta el silencio, ese que nos hace sentir incómodos pues parece cobijar algo más grande o no tenemos necesidad de la palabra como si no supiéramos qué hacer con las cosas que se pueden sentir y que nos trae a la cabeza esa otra frase: “De lo que no se puede hablar, hay que callar” (Wittgestein) no se requiere un nombre, una referencia o un aula de clases para escucharnos, para corregirnos sin escuchar al otro, o el mirarnos con curiosidad hasta que nos sorprenda una lágrima no por tristeza, sino por entender algo que no sabíamos que necesitábamos entender.

He dicho muchas veces que hay que volver a filosofar, pero quizás hoy lo diría de otro modo: hay que volver a vivir como si pensar no fuera un lujo. Como si cuestionarnos no fuera una amenaza, sino un derecho. Una forma de estar en el mundo sin armaduras.

4 Responses to ""

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Gracias por leerme y compartir con sus contactos.
Tiene algún interrogante

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