ENTRE LA DISCIPLINA Y EL DESARROLLO DE LA SUPERINTELIGENCIA

   “La soledad es feroz cuando no la elegimos” (Jorge Freire)

Nos hemos preguntado alguna vez la razón del por qué unas personas son más inteligentes que otras, o por qué desarrollan sus ideas con vehemencia y tesón, mientras que otros se cansan desde el principio o ante el primer revés retroceden para seguir buscando la causa de su buena o mala suerte. Se dice que la capacidad de hacer cosas sorprendentes no depende del cociente intelectual, sino de hacer habitual una tarea que permita dar claridad a lo que se quiere y no lo que se necesita, entrever los problemas antes que se presenten o enfrentar el futuro incierto.

Cuántas veces nos hemos preguntado qué tenían personas como Leonardo D´vinci, Bill Gates y Albert Einstein entre otros, qué es eso que los hace importantes para que sean seguidos a pesar del paso del tiempo, y observamos cómo la influencia de la hiperactividad se ha sumado a este interrogante, laboramos con agendas atiborradas, tareas imposibles de realizar en tan poco tiempo o mirando sin contemplación como pasa el tiempo.

Según lo explica el neurocientífico Joseph Jebelli, que asegura que “el rasgo primordial de personas superinteligentes como Bill Gates o Leonardo da Vinci no es el cociente intelectual”, es por el contrario algo muy sencillo, básico y esencial y la forma como aplicamos esta nos demuestra o mejor nos identifica que tan inteligentes somos. Y es que muchas otras cosas, otros factores internos y externos que ayudan a decidir cuál es el curso de una persona y entre estos se encuentra uno muy desvalorado y es la disciplina, siendo este un hábito claro y potencial que destaca el argumento que entre más disciplinados seamos, más inteligentes seremos.

Para unos la disciplina parte del aprovechamiento de la soledad; y “La soledad es una de las emociones más intensas y dolorosas, pero también es una emoción en la que podemos encontrar muchas respuestas” así lo expone el sicólogo español Borja Vilaseca y razón tiene si tenemos en cuenta que el estar solo es un momento de comprensión existencial, un sitio en el universo para repensar y recrear, Y es ahí donde nos preguntamos: ¿Quiénes son los valientes que se quedan consigo mismos a solas? ¿Hay que ser valiente para quedarse a solas con uno mismo? y enfrentar precisamente la existencia de hábitos y costumbres, cuáles generan estructuras nuevas y transformaciones dentro de la pandemia existencial que nos dejó el Covi-19 y sus consecuencias que a pesar del paso del tiempo aún hoy hay personas que sufren con los traumas causados; y en efecto es ese silencio interno el que aprovechamos pues de allí parte la decisión de fomentar la disciplina como valor existencial. Y es que en este tópico la disciplina implica un aislamiento voluntario que activa la red predeterminada en el cerebro, es decir ese sistema que organiza la información, que busca nuevas asociaciones y permite conectar ideas, además que multiplica las capacidades convirtiendo el cuerpo y mente de un bólido de carreras en un cohete (Jebelli).

En ese momento de ausencia de actividad el “sapere aude” («¡Atrévete a saber!»o»¡Ten el valor de usar tu propia razón!») a la que se refería Kant, donde no se permite la manipulación y donde este “creía que el pueblo tenía que ser libre, y solo podía serlo por medio del conocimiento”, adquirido a partir de esos momentos de ilustración y soledad para adentrarnos en la disciplina como actividad y no como desobediencia a las leyes naturales; antes por el contrario estamos en la era de la hiperconectividad y es ahí  donde las personas inteligentes reservan esos espacios para desconectarse de todo, del mundo y sus placeres, de lo sencillo y difícil para divagar dentro de ese universo revolucionario en el que vivimos y “en el momento en que más conectados del mundo estamos” (José Carlos Ruiz).

Como decía Shoppenhuaer, “la soledad es el patrimonio de todos los espíritus superiores” y aquí es donde aparece esa bestia que debe ser domada, la disciplina como objeto de valor, como aquella que desarrolla el verdadero potencial del hombre, entendiendo que la disciplina influye y depende de esos minutos reservados en el día, del silencio elegido y en donde la mente del individuo nos llene de magia para lograr el potencial suficiente para construir la superinteligencia mencionada, pues no se trata de leer, de ver cine o exponernos a la cultura sin ninguna razón, sino hacerlo desde esa perspectiva crítica, para permitir que el aprendizaje nos transforme, pues así afirman los filósofos que este es el salvavidas que le queda a la humanidad, esto es, explotar el “sapere aude” que recitaba Kant.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *